BERINGIA

Beringia es el nombre que los geógrafos le han puesto a un territorio casi mítico allá donde los planisferios se vuelven anómalos, por Alaska, Kamchatka, las Aleutianas... Se puede decir que es difícil verlo en cualquier mapamundi más que con la imaginación. En su centro se encuentra el Estrecho de Bering, bisagra entre Asia y América.

Sello soviético conmemorativo de la segunda expedición de Bering de 1741. A la izquierda se aprecia la ruta seguida por el San Pedro (a la derecha), desde Petropavlosk en la península de Kamchatka hasta la isla del Comandante en la que fallecería Bering el 19 diciembre de 1741.


A pesar de las fatigas de los españoles en el Pacífico, los rusos fueron los primeros y principales pioneros en aventurarse en Beringia. Las grandes expediciones científicas por el sector las dirigió Vitus Bering al servicio de un imperio ruso que buscaba el mar desesperadamente.

Isla San Elías (hoy Kayak), en Alaska, descubierta por Vitus Bering en 1741.

¡Hurra! Ciertamente aquello fue una gran alucinación (vodka mediante) del siglo XVIII, en concreto de los rusos y en especial del leal y maniático Bering. ¿Querían establecer rutas con Japón desde Kamchatka? Puede ser pero al final se plantaron en Alaska y se quedaron. 
Había nutrias marinas.

Ici Pacus.

MAR DE BARENTS.

Hubo un tiempo en que todo eran especulaciones geográficas acerca de La Tierra, un tiempo en el que, de vez en cuando, algún que otro Marco Polo estimulaba las imaginaciones...

Mapamundi teocéntrico de 1581. 
En la península europea, marinera por excelencia, la necesidad de encontrar rutas hacia Oriente lanzó a los comerciantes a la exploración del mundo oceánico. La pela es la pela y desde que el primero de todos, Cristobal Colón, llegase a China (eso creía, jaja), comenzaron todos a enviciarse por abrir caminos en la mar.

Carta náutica de Gabriel de Vallseca de 1439

Pronto, en apenas unas décadas, las grandes autopistas acuáticas, con sus istmos y puertos, estuvieron dominadas por Castilla y Portugal. Todo lo gordo estaba vendido. Quedaban, sin embargo, algunos posibles atajos por explorar...
Especialmente pavoroso era el del Norte, lleno de espejismos y aberraciones. ¿No fue por estos andurriales por dónde se perdió el rastro del monstruo de Frankenstein?

Mapa de los viajes de Barents. Diario de Jan Huyghens van Linschoten 1601

Aún así, amigos, la codicia excitó la mente de algunos. ¿Por qué no llegar a China por el norte de Asia? Se habían empecinado por abrir el camino más chungo de todos.

Uno de aquellos aventureros, Chancellor, soltó amarras en Inglaterra en 1553, dobló el Nordkapp y tras ciertas peripecias arribó en 1554 al puerto de Jolmogory, a orillas del río Dvina, ciertamente un poco lejos de Pekín pero no tanto de... ¡Moscú! La sorpresa del zar Iván IV fue mayúscula (pensemos que todavía no existía San Petersburgo). 
Aunque ni de coña llegaron a China, para los ingleses fue el inicio de la Compañía Moscovia, la primera de las compañías mercantiles coloniales que servirían de referencia a las más conocidas de las Indias Orientales. Por su parte, Ivan IV construyó inmediatamente el puerto de Arjangelsk muy cerca de Jolmogory y concedió a la Muscovy Company libertad de comercio en toda Rusia.

Se tenían, ahora, unas cuantas piezas del rompecabezas marino pero faltaban colocar las más difíciles, entre ellas, claro, la que encajaba al este del Nordkapp noruego, un mar casi desconocido y misterioso.

Mapa del tercer viaje de Barents en dos carabelas, publicado en 1599.

Fue otro de estos chiflados por llegar a China, el holandés Willem Barents, el que exploró sin tregua el mar que lleva su nombre. Barents realizó tres expediciones al Gran Norte, en la última de las cuales moriría, se dice que de escorbuto, después de realizar lo que parecía imposible: pasar el invierno de 1596-97 en Nueva Zembla a más de 75º de latitud, hazaña que le valió un lugar en el libro de oro de las exploraciones.

Ici Pacus.